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  • Con frecuencia el tratamiento de la fauna en Indias no

    2019-06-06

    Con frecuencia el tratamiento de la Necrostatin 1 en Indias no es muy diferente; el bestiario que pudiera emerger de las crónicas abarca una fauna en la que la mirada acentúa lo diferente y lo exótico, el mito y la leyenda, pero ante todo se expresa y plasma en una estética en la que van juntos el topos y la retórica de la maravilla, así como la conducta, la diversa apariencia y las notables propiedades de una fauna desconocida. Puede pensarse entonces que la piedra de toque de este bestiario radica en la “estetización de lo maravilloso”, actitud sentida y apreciada por quienes a finales del Medioevo se interesaron por las fronteras, por los límites de lo conocido. Esta disposición se complementa con la idea de que las representaciones de la fauna proceden de una observación aguda, atenta a los sentidos, y del gusto por lo anecdótico; por lo narrativo más que por una rigurosa taxonomía o un estudio anatómico que tiende a cerrar las emociones del observador. Quizá sólo desde esta perspectiva podría hablarse de un bestiario del Nuevo Mundo diferente del medieval y de las sumas zoológicas de la Europa del siglo xvi, como la Historia de los animales de Konrad Gesner y las de Ulisse Aldrovandi, impregnadas de un espíritu libresco y filológico, así como de una acusada propensión a la teratología; aunque cuando se piensa en aquél, puede decirse que permaneció el espíritu del observador atento heredado del aristotelismo. Es sólo a partir de la segunda mitad del siglo xx que con claridad se ha visto la posibilidad de este nuevo capítulo del Bestiario. Basta con formar unidades textuales independientes dirigidas por la intención de capturar la maravilla y lo exótico que asombraba a los cronistas. Muestra de ello son Para un bestiario de Indias, una reelaboración creativa y al tiempo documentada de Alberto M. Salas, así como los diversos ensambles integrados por fragmentos de varios cronistas de los siglos de la Colonia, como el Bestiario de Indias compilado por Marco Urdapilleta, o bien las antologías elaboradas a partir de una sola obra, el Bestiario de Indias, constituido con la fauna del Sumario de la natural historia de las Indias de Fernández de Oviedo, y Animales del nuevo mundo. Yancuic cemanahuac iyolcahuan, editado por Miguel León Portilla, que agrupa ocho estampas de animales que provienen de la Historia de las cosas de la Nueva España de Sahagún. La posibilidad de este nuevo capítulo ha sido advertida también por diversos acercamientos a la fauna descrita en la Colonia como el de Hernando Cabarcas Antequera, Esperanza López Parada, que ubica el bestiario en el cuento latinoamericano, y Demetrio Gazdaru que también busca el bestiario medieval en la literatura americana.
    Introducción
    La Santa Muerte en el ideario cultural mexicano En este sentido, la literatura nacional registró la aparición de obras estrujantes, Necrostatin 1 como el caso de la inesperada e infructuosa incursión literaria que Homero Aridjis hizo con su deslucida obra La Santa Muerte. Tres relatos de idolatría pagana (2005), aunque la presencia de esta obra dio “formalidad” en el escenario de las letras nacionales a un fenómeno cultural que, durante el transcurso del siglo xx, se había situado como una presencia latente, un culto embrionario dentro de la cultura popular mexicana: La Santa Muerte. Este tótem contemporáneo —del mismo modo que otras imágenes votivas que en la actualidad han encontrado una difusión popular—, ha sido identificado con la “vulgaridad” o lo kitsch, a causa de un “malestar” de apreciación que puede ser producto del entrecruce cultural que “ignora la distinción entre cristianismo o paganismo”. Sin embargo, más allá del prejuicio social, la inserción de esta temática en las letras mexicanas, además de encontrarse aderezada con un denotado amarillismo y la evidente búsqueda de notoriedad editorial —en el caso de Aridjis— no es una novedad absoluta en nuestra literatura o en sus escenarios culturales: Oscar Lewis, el antropólogo norteamericano, hacia 1961 con su obra Los hijos de Sánchez, fue el primero en aclimatar éste y otros tópicos igualmente polémicos en el horizonte cultural mexicano, donde por primera vez la literatura dio cuenta de dicho tótem y religiosidad como temas.