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  • Pero todo cambia despu s

    2019-05-08

    Pero todo cambia después del exilio en Francia; son los presuntos “bárbaros” los únicos que parecen ser capaces de una auténtica revolución: dirá Bilbao con admiración que ellos fueron los que en 1848 hicieron thoroughly las “naciones de Europa […] estremecerse como bajo las plantas de Attila”. Los elementos tradicionales de la sociedad americana —ya no sólo chilena— adquieren una nueva valoración; los indígenas, a quienes antes atribuía thoroughly Bilbao una influencia perniciosa, ahora son alabados por su resistencia digna y arriesgada, que lucharon en nombre de la justicia incluso si parecía que la razón histórica haría ganar al bando contrario. El ímpetu de modernización ha sido sustituido por una preocupación por la justicia social y una reivindicación del valor histórico de la vida americana. En textos posteriores, Bilbao hablará del contenido revolucionario que se encuentra en ciertas prácticas sociales de narración de la memoria, y de la necesidad de “profetizar el pasado”. Probablemente este giro pueda ser mejor comprendido si atendemos a la discusión sobre estos temas en La Tribune des Peuples. Ella adquiere el carácter especial de una crítica de lo que hoy llamaríamos supuestos eurocéntricos de la tradición socialista y revolucionaria, y de la necesidad de replantear esa tradición a partir de la vida histórica real de los pueblos en la periferia de Europa. Porque conviene recordar que la lucha entre barbarie y civilización no es un tema exclusivo de la tradición latinoamericana. Aparece en los lugares más sorprendentes. Por ejemplo, está presente en la obra de Engels, quien elaboró el mismo año una serie de artículos dedicados a analizar la situación de la Europa revolucionaria. Su carácter ejemplar respecto de los prejuicios de la democracia radical europea nos autoriza a tomarlos como punto de referencia. En efecto, la derrota de Hungría no sólo se debió a las fuerzas conjuntas de Austria y Rusia, sino también a los conflictos entre la nobleza húngara y los grupos campesinos en la región: checos, croatas y rutenos eran “pueblos de siervos” separados étnica, lingüística y religiosamente de sus amos nobles, quienes tenían el monopolio de la representación nacional; por ello, a amniocentesis la hora del peligro, muchas veces prefirieron aliarse con los rusos y austriacos para combatir a los odiados opresores húngaros, que encarnaban la “nación de los señores”. En sus textos para la Nueva Gaceta Renana, Engels es implacable con la exigencia de derechos colectivos de estas minorías étnicas (como derecho al uso oficial de la lengua y un sistema educativo propio). Para Engels, en cuanto remanentes de una época histórica ya superada, los pueblos eslavos son naturalmente reaccionarios. La dominación de los pueblos eslavos y su fragmentación étnica y cultural es resultado de una “tendencia histórica” necesaria, “natural e inevitable”, que se corresponde con el movimiento de la historia universal, que Engels y muchos otros radicales veían desde una perspectiva hegeliana. Al someter y fragmentar a las naciones eslavas, Austria y Hungría preparaban la próxima fase de la humanidad, cuando los pueblos de Europa se fusionarían en unidades políticas y económicas cada vez mayores. Todo lo que atentara contra esa tendencia centralizadora —incluyendo las demandas sociales de estos pueblos— debía ser rechazado por “reaccionario” y “antihistórico”. De manera similar a Sarmiento, Engels dibuja una lucha entre las fuerzas del pasado y las del futuro, las de la reacción y la revolución, las del mundo campesino y el mundo capitalista, y las del centralismo y las tendencias particularizadoras. La única solución posible para la izquierda democrática debe ser el “aniquilamiento” o “desnacionalización” de estos grupos: El prejuicio formulado respecto de los pueblos eslavos también es aplicado por Engels, en el artículo citado, a otros pueblos como los irlandeses y los vascos. Todos ellos son calificados como “pueblos sin historia”, siguiendo una conocida metáfora hegeliana que explica la historicidad de un pueblo a partir de su capacidad para perpetuarse a sí mismo alcanzando la forma estatal.