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  • br Hubo pues dos transiciones que

    2019-04-29


    Hubo pues dos transiciones que se complementaron y fueron simultáneas. Por un lado, los marginales, campesinos ingresados how to find the molarity of a solution la modernidad vía la migración a la ciudad, encarnaron en un sujeto teológico que orientaba la redefinición de las funciones del Estado, y el compromiso nacional de sectores de las clases dominantes, las clases medias y los intelectuales. Por otro lado, los combatientes del fsln se desprendieron del estigma de forajidos y descastados, y aparecieron como “hijos de la burguesía”. Tanto los marginales como el fsln ingresaron a una racionalidad inesperada, donde la redefinición de los sujetos terminó operando a favor de una nueva disciplina estatal nacional en formación. En ambos casos, los sujetos fueron colocados más allá de la criminalidad para potenciar la racionalidad moderna. En un caso, importaba saber hasta qué punto estaban integrados los marginales al discurso desarrollista de la modernidad, y hasta qué punto había que integrarlos. En el otro caso, efectuar una especie de laboratorio edípico en el que el fsln guiaría la nueva racionalidad, reparando los entuertos de la tradición burguesa nacional, llevando a cabo la integración de los marginales a la ciudadanía, y resguardando el carácter transicional de las familias de abolengo. estas familias serían garantes de la transición de doble manera. Por un lado, protegían la gradualidad de los cambios y garantizaban la preeminencia del pacto social; por otro, se integraban a la categoría de “hombres en transición” por su procedencia social y por su compromiso con la ética de los marginados. Vistos, por lo tanto, desde la ideología revolucionaria ascendente, los marginales/campesinos conformaron, más que una presencia ciudadana, en sentido moderno, una especie de sensibilidad motivadora en la que se autorrecreaba una ontología de lo nacional. Esta fuerza fue muy importante en la articulación de las alianzas políticas victoriosas en la revolución de 1979, y como pudo hacerse evidente después, juntó a los sandinistas con sectores conservadores en torno a los planes de desarrollo agrícola. Carlos Vilas, en un artículo sobre la presencia de las familias de abolengo en la historia de Nicaragua, y particularmente durante la revolución sandinista, muestra la importancia que tuvieron los técnicos y profesionales de origen conservador en los diseños de las políticas de reforma agraria. Al respecto, Josefina Saldaña comprueba, asimismo, que:
    El eje industrialista de la reforma agraria sandinista buscaba “completar” la proletarización del campesinado, por medio de la creación de empleos en las granjas estatales. Estas medidas incrementaron la precariedad de la economía de los minifundistas y de los proletarios itinerantes. Así, se dio una colisión política y cultural fundamental entre visiones nacionalistas divergentes en torno a la idea del desarrollo: por un lado, el fsln favoreciendo el desarrollo centralizado, y por otro, la burguesía insistiendo en los valores liberales del mercado. Un efecto directo de esta colisión de ideas nacionalistas fue la atracción que las ideas de autonomía campesina, enarbolada por los grupos económicos dominantes, ejercieron sobre los minifundistas y campesinos pobres motivándolos a su integración en el ejército campesino de la “contra”. De manera que la conceptualización campesinos se volvió una fuerza recreadora de cierto nacionalismo tradicional, lo que Pablo Antonio Cuadra llamaría posteriormente “la lucha dramática de una ideología contra una cultura”, contrastando así la ideología modernizadora del sandinismo con los valores culturales establecidos de la sociedad patriarcal. Por supuesto, en esta interpretación la “cultura” alude a una estrategia de dominación, en la que el sentimentalismo de las oligarquías integra a los campesinos en una cosmovisión nacionalista cristiana. La transversalidad de esta “cultura” fue siempre precaria, pues la integración de los campesinos a este modelo no fue un proceso unidireccional. Sin embargo, su misma enunciación evidencia la posibilidad de una cultura patriarcal en la que se enmascara la dominación sobre lo rural, y se funden las clases oligárquicas con estratos campesinos y urbanos heterogéneos. En ¡Vuelva Güegüence!, la ciudad moderna y la burocracia hacían evidente el “pasado” de la cultura campesina. Por otro lado, los planes desarrollistas del sandinismo, aunque funcionaron con la intención de completar la proletarización, se elaboraron mediante una alianza con sectores de abolengo nacional, ideologizados por el desarrollismo y el marxismo. Esta alianza resguardaba la posibilidad de una cultura armónica entre industria agrícola y nueva ciudadanía, la que integraría al sujeto campesino. En esta contraposición subyace la idea de una clase política iluminada por la modernidad, que lucha de manera trágica en contra del atraso, incluida la cultura campesina. En todo caso, conservadores y revolucionarios parecieron coincidir en que la temporalidad en que estaban situados los marginales/campesinos era el pasado. Cuadra lo resumió muy bien cuando al presentar su narración ¡Vuelva Güegüence! dice: “Venir de un pueblo del interior a la capital, resulta[…] venir del tiempo pasado”. El itinerario geográfico (del campo a la ciudad) se transformó en un viaje temporal (de la tradición a la modernidad), ambos organizados desde la centralidad epistémica y política. Pero si bien a Cuadra le bastaba con esa nostalgia colonial para decir quién era el campesino, los sandinistas confiaban que la modernización produciría al nuevo sujeto nacional.